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MI CORAZÓN PIDE QUE LLORE CON ÉL

 

   Las malas noticias se suceden y se precipitan como un auténtico aluvión, a una rapidez endiablada, y los medios de comunicación aprovechan para bombardearnos con sus comentarios e imágenes de los hechos. En general, todos pretendemos estar informados para poder opinar después de esos mismos acontecimientos que  se han ido sucediendo a lo largo de estos últimos tiempos, tan convulsos, que nos ha tocado vivir: Barcelona, Cambrils, Madrid; Gran Bretaña, Francia, Australia, Bélgica, Dinamarca, EE.UU., Irak, Afganistán, Pakistán, … y otros muchos que han formado parte  de una larga lista como objetivo de los grupos terroristas del Yihad.

   En mi caso, ha llegado un momento en que, aunque mi mente todavía podría admitir y almacenar más información,  mi corazón me ha comunicado que se encuentra en estado de shock, desbordado, saturado de tal manera que se niega a que estas noticas se limiten  a ser computadas en mi cerebro solamente como una serie de fríos datos, números y estadísticas.

   Mi corazón ha dicho basta: me pide que llore con él; me reclama que dé rienda suelta a los sentimientos que durante todo este tiempo se han ido acumulando en mi interior. Me exige que vacíe los archivos donde guardo la información de todos esos sucesos irracionales, crueles, salvajes, violentos, atroces, (no encuentro una única palabra que lo adjetive) producidos por unos seres descerebrados y fanáticos, influenciados por una mal entendida “religión” que les promete (así lo creen y lo esperan ellos) que, después de la muerte terrenal, en un paraíso del más allá, serán premiados con una vida eterna, placentera y feliz.

   Mi corazón clama para que, ahora, me detenga y consuma unos instantes de mi vida para acompañarlo en sus sollozos. Me pide que exteriorice lo que interiormente ha venido haciendo él cada vez que ha tenido conocimiento de cualquier hecho luctuoso de esta índole: Le digo que sí, que tiene razón, e inmediatamente, sin poderlo evitar, una sacudida estremece mi cuerpo desplazándose desde las vísceras hasta acabar en un angustioso nudo que me oprime la garganta hasta  bloquearme la respiración. Al mismo tiempo abre las espitas de mis ojos  para que de ellos comiencen a surgir lágrimas tibias  de tristeza e impotencia que se deslizan lentamente por mis mejillas hasta que desaparecen (o se ocultan; puede ser que para esconder la vergüenza ajena) bajo el vello de mi barba; gotas de pena con sabor a sal y de mucha rabia contenida; chispas húmedas de la sinrazón de unos pocos individuos (me pregunto si se pueden catalogar como humanos) que no han sabido entender en ningún momento, creo yo, cual era el cometido en su paso por este planeta.

   De “ellos” y de sus actos me avergüenzo; de mostrar mis sentimientos con lágrimas sinceras… no.

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