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HOLA QUICO

Hola, Quico.

Hacía unas cuantas semanas que no sabía nada de ti, a pesar de la poca distancia que separa los lugares donde vivimos,  hasta que ayer, de buena mañana, sonó mi teléfono para ponerme al corriente de una inesperada y triste noticia. Me costó entenderlo y mucho más me ha costado admitir que era cierto y asimilar esa realidad. Pero no hay vuelta atrás y ahora ya sé que nos has dejado, que te has marchado a ese lugar desconocido para nosotros, aunque intuyo, o mejor dicho sé con  absoluta  certeza, que sigues estando muy cerca; cerca de tu esposa Rosi, cerca de tus tres hijos, Guillen, Meritxell y Francesc, cerca de tus amigos y de todos los que te queríamos.

Todavía están presentes en mi memoria  las últimas veces que tuvimos la oportunidad de estar juntos en las que pudimos reír y  conversar de muchas cosas; de lo bien que habías asimilado y lo a gusto que te encontrabas en tu nueva condición de prejubilado, de tus avances en ese deporte desesperante que se llama golf, del tiempo que, ahora sí, disponías para hacer las cosas que te gustaba hacer y que antes no podías por falta de tiempo, de la mala suerte que te había deparado el destino con una enfermedad tan preocupante, pero también de lo satisfecho y contento que estabas con la evolución positiva de la misma. Lo cierto es que, la última vez que estuvimos juntos, lucias un aspecto físico excelente y un estado de ánimo  envidiable. Por los años que hemos pasados juntos, sé de la alta aprensión que tenías a cualquier enfermedad y por tu forma de explicarme todo el proceso de ella, estaba convencido, como tú mismo, de tu total recuperación, de que la habías superado. Pero una cosa era lo que tú sentías o yo pudiera o quisiera creer y otra, muy distinta, lo que el destino nos tiene reservado a cada uno de nosotros. Por lo visto, para ti, ese fatal destino había decidido ya que el final del camino de tu vida, aquí con todos, estaba muy cercano, sin que ninguno de nosotros pudiera ni siquiera  llegar a intuirlo.

Me vienen a la mente los recuerdos de las diferencias de criterio que tuvimos en los primeros momentos de nuestro contacto laboral pero tú sabes que lo supimos resolver muy positivamente, poniendo buena voluntad, transigencia y comprensión por ambas partes, de tal manera que conseguimos una complicidad que nos permitió poder “aguantarnos” durante unos cuantos años. Para mí, y tú lo sabes, no solamente eras “el Jefe”, sino que había algo más que sobrepasaba lo estrictamente profesional; éramos, creo yo, unos buenos amigos, dentro y fuera del trabajo. También recuerdo como, haciendo uso de esa complicidad y confianza, que circulaba en ambas direcciones, me hiciste conocedor de muchas de tus inquietudes y es por ello que sé que hiciste todo, que te esforzaste al máximo, hasta más allá de lo posible, por tu esposa y por tus hijos. Desde aquí, permíteme que se lo haga saber, aunque estoy seguro que son plenamente conscientes de ello. Igualmente sé, porque así lo he compartido contigo a lo largo de los años que hemos convivido profesionalmente, que tu alta responsabilidad en el desempeño de tu trabajo  te proporcionó muchas satisfacciones, pero también sé que pasaste muchos días de grandes preocupaciones y muchas largas noches sin poder conciliar el sueño debido a que no eras capaz de desconectarte de las vicisitudes laborales. Estoy cada vez más convencido, de que esos sinsabores afectaron, de alguna manera, a tu salud.

Siento, de veras, que hayas podido disfrutar tan escaso tiempo de esa anhelada y merecida prejubilación que tantas veces había sido tema de comentario entre nosotros. Creo que no es justo. Creo, también, que no eras, en absoluto, merecedor de un final en tu vida tan inesperado.

No hace falta que te diga nada más porque sabes sobradamente todo lo que pienso.

Al comienzo de estas breves líneas habrás leído la frase donde dice …los lugares donde vivimos…, y cuando te digo, vivimos, no es un lapsus ni un error en la conjugación del tiempo del verbo, simplemente creo que para los que hemos tenido el placer de disfrutar de tu compañía y tu amistad, no te has ido, estás aquí, vivo en nuestros corazones para siempre, porque tú te has ganado lo que para nosotros es un gran honor; que podamos recordarte eternamente como lo que fuiste en todo momento de tu vida: un buen compañero, un buen amigo, una buena persona.

Hasta siempre  Quico.

J. Tecles

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